«En esta gran época que yo he conocido cuando aún era tan pequeña; que volverá a ser pequeña si es que dura lo bastante; y a la que nosotros, ya que metamorfosis así son imposibles en el crecimiento orgánico, preferimos tratar de gorda y también, en verdad, de mucho pesar; en esta época en la que ha de ocurrir lo que uno ya no puede ni imaginarse, y si pudiera, no ocurriría; en esta época tan seria que se ha muerto de risa ante la posibilidad de que pudiera ir en serio; que sorprendida por su lado trágico busca el modo de disiparse, y al pillarse con las manos en la masa se pone a buscar palabras; en esta época ruidosa que retiembla con la sinfonía estremecedora de acciones que provocan noticias y de noticias que disculpan acciones, en una época así no esperen de mí ni una sola palabra propia. Ninguna salvo ésta, justamente la que protege aún al silencio de ser malentendido. Pues hasta ese punto está firmemente asentado en mí el respeto por lo intocable del lenguaje, por su condición subordinada a la desgracia. En los reinos donde sobra escasez de fantasía, donde muere el hombre de hambre espiritual sin husmear siquiera lo ayuno de su alma, donde la pluma se moja en sangre y la espada en tinta, allí ha de hacerse lo que no se piensa, pero lo que llega sólo a pensarse, es inexpresable. No esperen de mí una sola palabra propia. Ni sería yo capaz de decir alguna nueva: a tanto llega el estruendo en el cuarto en que uno escribe, y no es momento de decidir si procede de animales, o de niños, o tan sólo de morteros. Cualquiera que apruebe las acciones, ultraja la palabra y la acción, y se vuelve doblemente detestable. Esta especie de oficio siempre existe. Los que actualmente nada tienen que decir porque los hechos tienen la palabra, continúan hablando. ¡Quien tenga algo que decir, que dé un paso al frente y se calle!»
Karl Kraus, In der grossen Zeit (fragment), publicat a Die Fackel, núm. 404, 1914