dimarts, de setembre 19, 2006

Una carta

«Querido doctor Schnitzler:

Ahora también usted ha llegado a su LX cumpleaños, mientras que yo, que tengo seis más, me aproximo al límite de mi existencia y llegaré pronto al fin del quinto acto de esta comedia bastante incomprensible y no siempre divertida.

[...]

Debo, no obstante, hacerle una confesión, que le ruego no divulgue ni comparta con amigos o enemigos. Me he atormentado a mí mismo preguntándome por qué en todos estos años jamás había intentado trabar amistad o charlar con usted (ignorando, naturalmente, la posibilidad de que no hubiera usted acogido bien mi intento).

La respuesta contiene esta confesión que me parece demasiado íntima. Creo que le he evitado porque sentía una especie de miedo a encontrarme con mi doble. No es que me sintiera normalmente inclinado a identificarme con otra persona, ni que deje a un lado la diferencia de talento que me separa de usted; pero siempre que me dejo absorber profundamente por sus bellas creaciones me parece hallar, bajo su superficie poética, anticipadas suposiciones, intereses y conclusiones que reconozco como propias. [...] Así he llegado a formarme la impresión de que su intuición –o más bien una autoobservación detallada– le ha permitido llegar a lo mismo que yo he descubierto sólo mediante un laborioso trabajo de observación de otras personas. Estimo que, en el fondo, su nauraleza es la del explorador de profundidades psicológicas, tan imparcial y objetivo como el que más, y que si no hubiera poseído tal constitución, sus facultades artísticas, sus dotes idiomáticas y su poder de creación hubieran ejercido mayor efecto sobre usted, conviertiéndole en un escritor más atractivo para el gusto de las masas. Me inclino a dar preferencia al explorador. Mas le ruego me perdone por haberme dejado llevar una vez más por mi obsesión psicoanalítica. No puedo remediarlo, aunque sé bien que el psicoanálisis no es el mejor modo de adquirir popularidad.

Con cálidos saludos, suyo,

Freud»


Sigmund Freud, el pare del psicoanàlisi, sincerant-se amb Arthur Schnitzler, l'escriptor que plasmà magistralment les seves perspicaces observacions sobre la condició humana. Confessió tardana, que arribava després d'haver-se evitat durant tota una vida malgrat tenir tantes coses en comú.

I una constatació més de que Freud és, pesi a qui pesi, un literat i un filòsof, però no un científic; i que Richard Webster duu raó.