El cero y el infinito (i III)
Recullo un llarg parlament de Rubachof a Ivanof, on exposa què s'obté realment de l'aplicació fins les últimes conseqüències de la lògica revolucionària:
«[Hemos sido] Tan consecuentes que, interesados en un justo reparto de la tierra, hemos dejado morir con deliberado propósito en un solo año alrededor de cinco millones de aldeanos con sus familias. Hemos llevado tan lejos la lógica en la liberación de los seres humanos de las trabas de la explotación industrial, que hemos enviado cerca de dos millones de personas a trabajos forzados en las regiones árticas y en las selvas orientales, en condiciones análogas a las de los galeotes de la antigüedad. Nosotros hemos llevado tan lejos la lógica, que para arreglar una simple divergencia de criterio no conocemos otro argumento que la muerte: la muerte, ya se trate de submarinos, de abonos o de la política del Partido en Indochina. Nuestros ingenieros trabajan con la idea, constantemente presente en su espíritu, de que un error de cálculo puede llevarlos a la cárcel o al patíbulo; los altos funcionarios administrativos arruinan y matan a sus subordinados porque saben que si fueran responsables de la menor falta ellos mismos serían asesinados; nuestros poetas terminan sus discusiones estilísticas denunciándose mutuamente a la policia secreta, porque los expresionistas consideran que el estilo naturalista es contrarrevolucionario, y vicecersa. Obrando lógicamente por el interés de generaciones venideras, hemos impuesto tan terribles condiciones a la generación presente que la duración media de su existencia ha disminuido en la cuarta parte. Con el fin de defender la existencia del país, debemos tomar medidas excepcionales y hacer leyes de transición, contrarias por completo a los fines de la revolución. El nivel de vida del pueblo es inferior al que tenía antes de la Revolución; sus condiciones de trabajo son más duras, la disciplina es más inhumana, la jornada y exigencia peores que en las colonias donde se emplean culíes indígenas; hemos hecho llegar hasta los niños de doce años la pena capital; nuestras leyes sexuales son más mezquinas que las de Inglaterra; nuestro culto al Jefe, más bizantino que en las dictaduras reaccionarias. Nuestra Prensa y nuestras escuelas practican el patriotismo de campanario, el militarismo, el dogmatismo, el conformismo y la ignorancia. El poder arbitrario del Gobierno es ilimitado, y no tiene ejemplo en la Historia; las libertades de Prensa, opinión y movimiento han desaparecido totalmente entre nosotros, como si la Declaración de los Derechos del Hombre no hubiera existido jamás. Hemos montado el más gigantesco aparato político, en el que los confidentes han venido a ser una institución nacional, y lo hemos dotado con el sistema más refinado y más científico de torturas mentales y físicas. Conducimos a las gimientes masas a latigazos hacia una felicidad teórica y futura que nosotros somos los únicos en entrever. La energía de esta generación está agotada, se ha disipado en la Revolución; pues esta generación está completamente desangrada y ya no queda de ella más que un pingajo de carne de sacrificio que yace en su torpor… Éstas son las consecuencias de nuestra lógica.»
La resposta d'Ivanof és esgarrifosa, entre el cinisme i la follia més absoluts: «¿No encuentras que esto es maravilloso?». I és que un cop qüestionada la màxima de que «la fi justifica els mitjans», resta el dilema –pel que sembla, encara no del tot resolt per alguns– de jutjar el comunisme pels seus objectius últims i no pels seus mètodes o per les fites realment assolides.
Però el més terrible, en la meva opinió, no és la figura d'Stalin ni les purgues que emprengué contra els seus col·laboradors, sinó la figura del mateix Rubachof i dels personatges com Gletkin, i els principis que regeixen les seves actuacions. Tots ells es basen en el que Hayek denominà la «fatal arrogància»: considerar-se com una èlit posseïdora de la veritat absoluta i situar-se molt per damunt del poble que diuen representar, atorgant-se un poder sense límits legals ni morals, tractant els individus com a fragments impersonals d'una massa («un millón dividido entre un millón») que ha de ser adoctrinada i subjugada en vistes a uns objectius que no estan capacitats per entendre. En qualsevol moment, qualsevol persona por ser tractada com un cobai en aquest grandíssim experiment d'enginyeria social sense precedents. Aquest és el conflicte real entre socialisme i liberalisme, com exposa obertament Ivanof en un interrogatori:
«No hay más que dos concepciones de la ética humana, y las dos son polos opuestos. Una de ellas es cristiana y humanitaria, declara sagrado al individuo y afirma que las reglas de la aritmética no deben aplicarse a las unidades humanas. La otra concepción arranca fundamentalmente del principio de que un fin colectivo justifica todos los medios, y no sólo permite sino incluso exige que el individuo esté absolutamente subordinado y sacrificado a la comunidad.»
El més esgarrifós d'aquesta frase és el que resta el·líptic: que l'home no es subordina a la comunitat –que és un ens abstracte–, sinó als que s'autodenominen intèrprets de la voluntat de la comunitat, si aquesta pogués existir. És aquesta intelligentzia dirigent la que pensa, decideix i actua en nom de tothom, i la que es considera legitimada per ostentar un poder absolut i omnímode. En aquest sentit Rubachof no és una víctima que s'apiada dels seus actes i que ens ha de despertar compassió, sinó un membre més d'aquesta elit, un fanàtic convençut dels seus principis, que ha emprat en el passat sense misericòrdia –amb Richard, amb Loewy, amb Arlova i tants altres– i que ara és pagat amb la seva pròpia moneda.
I relacionat amb tot això, no deixa de sorprendre la fredor amb la que s'avaluen els conflictes morals plantejats, amb una xocant abstracció deshumanitzant que confereix a la lògica marxista el paper substitutiu a l'ètica i a valors aparentment tan arrelats a l'ésser humà com el dubte, la compassió o la pietat. El procés mental que es desencadena en Rubachof és terriblement asèptic, en consonància amb els principis que ha defensat al llarg de tota la seva trajectòria política. En escasses ocasions Rubachof es confronta a sí mateix amb dilemes ètics, com quan analitza amb Gletkin la figura de Raskolnikov de Crim i Càstig de Dostoievski. Per evitar la personalització en el procés de racionalització del seu problema, Rubachof utilitza un mecanisme que anomena «ficció gramatical», heretat del veto implícit existent al Partit per a utilitzar la primera persona del singular. En els discursos i l'argumentari revolucionari, completament interioritzat pels interlocutors, aquesta figura és substituïda pel plural, atorgant-se la representativitat col·lectiva. Amb l'ús de la «ficció gramatical» l'individu és desposseït de tot valor intrínsec i convertit en una mera abstracció. Això li va facilitar en el passat l'acceptació de la mort d'altres en nom d'un ideal suprem, i li ha de facilitar també l'acceptació de la pròpia mort.
«[Hemos sido] Tan consecuentes que, interesados en un justo reparto de la tierra, hemos dejado morir con deliberado propósito en un solo año alrededor de cinco millones de aldeanos con sus familias. Hemos llevado tan lejos la lógica en la liberación de los seres humanos de las trabas de la explotación industrial, que hemos enviado cerca de dos millones de personas a trabajos forzados en las regiones árticas y en las selvas orientales, en condiciones análogas a las de los galeotes de la antigüedad. Nosotros hemos llevado tan lejos la lógica, que para arreglar una simple divergencia de criterio no conocemos otro argumento que la muerte: la muerte, ya se trate de submarinos, de abonos o de la política del Partido en Indochina. Nuestros ingenieros trabajan con la idea, constantemente presente en su espíritu, de que un error de cálculo puede llevarlos a la cárcel o al patíbulo; los altos funcionarios administrativos arruinan y matan a sus subordinados porque saben que si fueran responsables de la menor falta ellos mismos serían asesinados; nuestros poetas terminan sus discusiones estilísticas denunciándose mutuamente a la policia secreta, porque los expresionistas consideran que el estilo naturalista es contrarrevolucionario, y vicecersa. Obrando lógicamente por el interés de generaciones venideras, hemos impuesto tan terribles condiciones a la generación presente que la duración media de su existencia ha disminuido en la cuarta parte. Con el fin de defender la existencia del país, debemos tomar medidas excepcionales y hacer leyes de transición, contrarias por completo a los fines de la revolución. El nivel de vida del pueblo es inferior al que tenía antes de la Revolución; sus condiciones de trabajo son más duras, la disciplina es más inhumana, la jornada y exigencia peores que en las colonias donde se emplean culíes indígenas; hemos hecho llegar hasta los niños de doce años la pena capital; nuestras leyes sexuales son más mezquinas que las de Inglaterra; nuestro culto al Jefe, más bizantino que en las dictaduras reaccionarias. Nuestra Prensa y nuestras escuelas practican el patriotismo de campanario, el militarismo, el dogmatismo, el conformismo y la ignorancia. El poder arbitrario del Gobierno es ilimitado, y no tiene ejemplo en la Historia; las libertades de Prensa, opinión y movimiento han desaparecido totalmente entre nosotros, como si la Declaración de los Derechos del Hombre no hubiera existido jamás. Hemos montado el más gigantesco aparato político, en el que los confidentes han venido a ser una institución nacional, y lo hemos dotado con el sistema más refinado y más científico de torturas mentales y físicas. Conducimos a las gimientes masas a latigazos hacia una felicidad teórica y futura que nosotros somos los únicos en entrever. La energía de esta generación está agotada, se ha disipado en la Revolución; pues esta generación está completamente desangrada y ya no queda de ella más que un pingajo de carne de sacrificio que yace en su torpor… Éstas son las consecuencias de nuestra lógica.»
La resposta d'Ivanof és esgarrifosa, entre el cinisme i la follia més absoluts: «¿No encuentras que esto es maravilloso?». I és que un cop qüestionada la màxima de que «la fi justifica els mitjans», resta el dilema –pel que sembla, encara no del tot resolt per alguns– de jutjar el comunisme pels seus objectius últims i no pels seus mètodes o per les fites realment assolides.
Però el més terrible, en la meva opinió, no és la figura d'Stalin ni les purgues que emprengué contra els seus col·laboradors, sinó la figura del mateix Rubachof i dels personatges com Gletkin, i els principis que regeixen les seves actuacions. Tots ells es basen en el que Hayek denominà la «fatal arrogància»: considerar-se com una èlit posseïdora de la veritat absoluta i situar-se molt per damunt del poble que diuen representar, atorgant-se un poder sense límits legals ni morals, tractant els individus com a fragments impersonals d'una massa («un millón dividido entre un millón») que ha de ser adoctrinada i subjugada en vistes a uns objectius que no estan capacitats per entendre. En qualsevol moment, qualsevol persona por ser tractada com un cobai en aquest grandíssim experiment d'enginyeria social sense precedents. Aquest és el conflicte real entre socialisme i liberalisme, com exposa obertament Ivanof en un interrogatori:
«No hay más que dos concepciones de la ética humana, y las dos son polos opuestos. Una de ellas es cristiana y humanitaria, declara sagrado al individuo y afirma que las reglas de la aritmética no deben aplicarse a las unidades humanas. La otra concepción arranca fundamentalmente del principio de que un fin colectivo justifica todos los medios, y no sólo permite sino incluso exige que el individuo esté absolutamente subordinado y sacrificado a la comunidad.»
El més esgarrifós d'aquesta frase és el que resta el·líptic: que l'home no es subordina a la comunitat –que és un ens abstracte–, sinó als que s'autodenominen intèrprets de la voluntat de la comunitat, si aquesta pogués existir. És aquesta intelligentzia dirigent la que pensa, decideix i actua en nom de tothom, i la que es considera legitimada per ostentar un poder absolut i omnímode. En aquest sentit Rubachof no és una víctima que s'apiada dels seus actes i que ens ha de despertar compassió, sinó un membre més d'aquesta elit, un fanàtic convençut dels seus principis, que ha emprat en el passat sense misericòrdia –amb Richard, amb Loewy, amb Arlova i tants altres– i que ara és pagat amb la seva pròpia moneda.
I relacionat amb tot això, no deixa de sorprendre la fredor amb la que s'avaluen els conflictes morals plantejats, amb una xocant abstracció deshumanitzant que confereix a la lògica marxista el paper substitutiu a l'ètica i a valors aparentment tan arrelats a l'ésser humà com el dubte, la compassió o la pietat. El procés mental que es desencadena en Rubachof és terriblement asèptic, en consonància amb els principis que ha defensat al llarg de tota la seva trajectòria política. En escasses ocasions Rubachof es confronta a sí mateix amb dilemes ètics, com quan analitza amb Gletkin la figura de Raskolnikov de Crim i Càstig de Dostoievski. Per evitar la personalització en el procés de racionalització del seu problema, Rubachof utilitza un mecanisme que anomena «ficció gramatical», heretat del veto implícit existent al Partit per a utilitzar la primera persona del singular. En els discursos i l'argumentari revolucionari, completament interioritzat pels interlocutors, aquesta figura és substituïda pel plural, atorgant-se la representativitat col·lectiva. Amb l'ús de la «ficció gramatical» l'individu és desposseït de tot valor intrínsec i convertit en una mera abstracció. Això li va facilitar en el passat l'acceptació de la mort d'altres en nom d'un ideal suprem, i li ha de facilitar també l'acceptació de la pròpia mort.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada